Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA
En muchos lugares del mundo ya se deje de retroceso. No se prostitución del inminente regreso de la NBA, sino de las etapas de recuperación que estarían experimentando un conjunto de variables macroeconómicas. Algunos números reflejan parcialmente esta situación: en todas partes del mundo, las caídas de producción fueron tan negativas en marzo y abril que, tras una leve transigencia, las recuperaciones de mayo lucen espectaculares. Cuanto más se desagrega el disección en las distintas ramas productivas, más pronunciadas son las fluctuaciones, en el tiempo y entre dichos sectores.
Los indicadores bursátiles de los países desarrollados exhiben trayectorias erráticas, con enorme volatilidad y bajas de casi el 40% hasta principios de marzo, caídas que se recortaron aproximadamente a la parte luego. Los precios de los commodities, de la misma modo, sobrerreaccionaron en febrero y marzo, para luego recortar fuertemente las caídas. El petróleo, que cayó a títulos casi absurdos (incluso negativos), se afirma hoy en niveles 30% inferiores a los prepandemia. El trigo y el maíz están cerca del 15% por debajo de los de principios de año, y la soja se recuperó perdiendo al punto que 5% contra el promedio de 2019.
Todos estos indicadores tienen una dinámica global: bruscas caídas tras las malas nuevas, y una recuperación rápida posterior conveniente rápida y en forma de V. Sin bloqueo, se prostitución de una V que se recorta antaño de que el trazo que sube termine de escribirse. La recuperación es veloz pero no plena, y hoy los índices navegan en niveles definidamente más bajos.
Una dinámica global de las crisis podría resumirse de la subsiguiente modo. La perturbación original induce una rápida retracción de la producción y una corrección abrupta de las expectativas. Estas reacciones no suelen considerar al inicio con facilidad escenarios de corrección cibernética de las fuerzas de la caudal, que incluyen tanto a los mercados como al gobierno. Pero en cuanto estos ajustes se toman en cuenta, las actitudes mejoran. Pero si la crisis fue dura, la caudal persistirá en un nivel inferior durante un buen tiempo, no solo por los daños en la producción, pero igualmente con reconsideraciones del desembolso de muchos agentes, que se mostrará más cauto hasta que el clima aclare.
Cada crisis tiene, por lo tanto, un período de reacomodamiento que impide a la caudal rebotar plenamente. Lamentablemente, en el caso de la pandemia este período de tiempo termina siendo decano, oportuno a dos razones. Primero, a la propia incertidumbre dinámica del shock. Con un virus tan contagioso, y hasta que no se desarrolle una vacuna, el peligro de que se vuelva a retraer la actividad para evitar infecciones exponenciales es de carácter permanente. Segundo, porque la situación fiscal mundial se ha tensado, y en un mundo financieramente globalizado las correcciones potenciales a estos desequilibrios pueden ser traumáticas, como lo demuestran los recurrentes episodios observados desde los primaveras 80s.
Argentina mostrará en los próximos meses algunos números positivos, oportuno a razones puramente contables (recordemos que si la producción automotriz cae 90% en un mes y luego sube ese mismo 90% al mes subsiguiente, queda en un nivel un 80% inferior al original). Si adecuadamente esto podría “engañar” favorablemente a las expectativas transitoriamente, lo cierto es que la V tardará en completarse. Ante esta sinceridad, quizás convenga aprovechar las implicancias de la crisis y creer a cambios estructurales estratégicos para movilizar la producción más allá del simple retroceso que descansa en los mecanismos automáticos de la caudal.
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